Ocurrió una mañana de septiembre de 1982. Ese día, y como era habitual, Johnny Gosch, de 12 años, salió de su casa en el suburbio de West Des Moines, Iowa, siguiendo la ruta que hacía para entregar los periódicos. 35 años después, el chico que se hizo viral antes de que apareciera internet sigue desaparecido.
Aunque era costumbre que Johnny despertara a su padre para que lo ayudara en la ruta, aquel día el niño decidió salir solo. Unas horas después, sus padres, Noreen y John, comenzaron a recibir llamadas de vecinos quejándose de que sus periódicos no habían sido entregados. John salió de casa en busca del crío, y al rato encontró la caja de su hijo con los diarios abandonados en la acera, a unas manzanas de distancia de la casa familiar. Johnny se había ido, probablemente alguien lo había secuestrado.
Noreen y John llamaron inmediatamente a la policía para denunciar el secuestro, los periodistas locales se enteraron muy pronto de la posible desaparición, algunos testigos y vecinos hablaron con los medios y dijeron que vieron a Johnny hablando con un hombre en un automóvil.
Estos últimos datos iban a resultar fundamentales para la familia, quien siempre denunció que la policía tardó en responder, considerando que Johnny no estaba desaparecido. Por aquellas fechas, no había una distinción legal entre un niño desaparecido y un adulto, y una persona debía estar desaparecida pasadas 72 horas para que se presentara un informe.
En cuestión de días, los padres organizaron grupos de búsqueda y se pusieron en contacto con el FBI y los medios de comunicación, realizando todo tipo llamamientos públicos para el regreso del crío. La cara de Johnny pronto se cubrió en periódicos, en las paradas de autobuses o en los colegios.
La policía creía la versión de los padres, Gosch posiblemente estaba secuestrado, pero no pudieron establecer un motivo viable, y tampoco encontraron evidencias en las primeras semanas de investigación ni arrestaron a algún sospechoso en relación con el caso.
Unos meses después de su desaparición, Noreen Gosch salió en los medios. La mujer, desesperada, decía que su hijo había sido visto en Oklahoma, cuando un niño le gritó a una mujer que la ayudara antes de ser arrastrado por dos hombres.
Casi exactamente dos años después, el domingo 12 de agosto de 1984, ocurre una tragedia extrañamente similar en la ciudad: Eugene Wade Martin, de 12 años, sale de su casa antes del amanecer para entregar los periódicos. Su hermano mayor normalmente iba con él, pero ese día no lo hizo.
A las 7:30 a.m. un vecino llama a la familia para decir que los periódicos de Eugene se encontraban en una esquina de su casa. Eugene Martin también había desaparecido.
La historia de un segundo niño secuestrado sacudió la pequeña ciudad de Iowa, y la gente, ahora sí, hizo lo que pudo para encontrarlos. El diario The Register publicó avisos a página completa con imágenes e información de los niños, y una compañía local de camiones puso imágenes de tamaño póster de las caras de los críos a los lados de sus vehículos.
Posteriormente, en septiembre de 1984, un mes después del segundo secuestro, un empleado de Anderson-Erickson Dairy le preguntó al presidente de la compañía, Jim Erickson, si también había alguna manera de que ellos pudieran ayudar. Erickson dijo que por supuesto, y decidieron sacar fotos y breves biografías de los pequeños desaparecidos a los lados de los envases de leche que distribuían.
Eso, pensó Erickson, pondría las caras de los niños en las mesas de la cocina de miles de casas todas las mañanas. Una semana después, Prairie Farms Dairy decidió hacer lo mismo. En muy poco tiempo, otras compañías de productos lácteos comenzaron a seguirles, llevando la morbosa idea de los secuestros de niños a las mesas de cocina de todo el país.
Por cierto, esta idea de Jim Erickson fue más que significativa, y la inclusión de los niños desaparecidos y secuestrados como gran impulso publicitario no pasó mucho tiempo antes de que se convirtiera en un fenómeno nacional.
Es cierto que en muchas ocasiones se dice que el primer crío en aparecer fue Juanita Rafaela Estavez, y parece que en los registros, y según el medio, no está del todo claro, pero tanto si Gosch fue el primero o el segundo, su caso se iba a convertir en el primer viral, un relato triste que cambió las leyes en el país.
De regreso a la casa de los Gosch, fueron pasando los años y el caso se enfrió, la policía lo mantenía abierto, pero con pocas esperanzas de dar con una pista clave. Con los años, varios investigadores privados han ayudado a la familia con la búsqueda de su hijo. Entre ellos se encuentran Jim Rothstein, un detective de policía retirado de Nueva York, y Ted Gunderson, un jefe retirado de la sucursal del FBI en Los Ángeles. Ninguno dio con una pista.
De hecho, no se supo nada más del caso hasta 1997, momento en que Noreen Gosch volvió a salir en los medios para contar una historia ciertamente extraña. La mujer relató que una mañana de marzo de 1997 la despertaron alrededor de las 2:30 a.m. tocando en su apartamento. Noreen dice que detrás de la puerta la esperaba Johnny Gosch, ahora de 27 años, acompañado por un hombre que nunca había visto antes.
La mujer dijo que de inmediato reconoció a su hijo, quien se levantó la camisa para revelar una marca de nacimiento en el pecho:
Hablamos alrededor de una hora o una hora y media. Él estaba con otro hombre, pero no tengo ni idea de quién era esa persona. Johnny miraba altor tipo para obtener aprobación a la hora de hablar. No dijo dónde estaba viviendo ni a dónde iba. La noche en que vino aquí, llevaba pantalones vaqueros y una camisa, y se había puesto un abrigo porque era marzo. Hacía frío y su cabello era largo, hasta los hombros y teñido de negro.
La madre contó que el niño y el extraño salieron de la habitación de forma abrupta y huyeron en un coche. Noreen acudió al FBI para que crearan una imagen robot del supuesto Johnny de 27 años. Tres años después llegó a publicar un libro, Why Johnny Can’t Come Home basado en esa experiencia marciana que contaba.
Finalmente, el 1 de septiembre del 2006, Noreen volvía a ser noticia al informar a los medios de la aparición de una serie de fotografías en la puerta de su casa, algunas de las cuales publicó en la web que ha creado para buscar a su hijo.
Una de ellas era a color, y mostraba a tres niños atados y amordazados. La mujer decía tener claro que salía Johnny Gosch, de 12 años, con la boca amordazada, las manos y los pies atados y una aparente marca de nacimiento en el hombro. Había otra en blanco y negro y una tercera foto que mostraba a un hombre que parecía tener algo atado alrededor de su cuello. Noreen alegó que posiblemente era uno de los “perpetradores que abusaron sexualmente de mi hijo”.
Sin embargo, un detective llamado Nelson Zalva aseguró que esas fotos pertenecían a un caso ocurrido en Canadá antes de la desaparición de Gosch. Ocurre que Zalva nunca pudo presentar una prueba de que eso era así, y Noreen Gosch todavía cree firmemente que las imágenes son de su hijo.
Aquí se acaban las pistas y la historia de Johnny Gosch, cuya relación con el caso de Eugene Wade lleva a pensar en algo mucho peor. Sea como fuere, el caso de Johnny fue clave para transformar los patrones de búsqueda y mejorar las probabilidades de que los niños fueran devueltos.
La cara de Gosch estuvo pegada a los cartones de leche de Anderson Erickson, un ejemplo temprano de la mayor visibilidad que se le podía dar a los secuestros. Además, la historia se incrustó en las mentes de toda una generación. Lo que hoy sería viral a través de las redes sociales, en aquella época fueron los cartones de leche.
La historia del crío se transmitió en todo el país y cubrió las primeras páginas de los periódicos, interrumpiendo cualquier programa para conectar con el suburbio de Des Moines de, por aquel entonces, poco más de 22.000 habitantes.
Los padres presionaron tanto (a nivel local y nacional) para crear conciencia sobre las amenazas de los niños, que dos años después de su desaparición se creaba el proyecto de ley Johnny Gosch, aprobado por la Legislatura de Iowa en 1984. La nueva ley exigía que las fuerzas del orden investigaran de inmediato los casos de niños desaparecidos en los que se sospechaba la existencia de un rapto o fueran denunciados por los padres.
Hoy han pasado más de tres décadas desde el secuestro de Johnny Gosch, y todavía sigue desaparecido. Noreen queda de vez en cuando con los viejos amigos de su hijo, ahora con sus propios hijos, “para mí es doblemente triste, pero estoy satisfecha con lo que he logrado. Cuando los veo, me doy cuenta de que mientras la vida continuaba, el reloj de Johnny se detuvo”. [Wikipedia, The Atlantic, Mashable, JohnnyGosch, Gizmodo]
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