Si Anthony Poppa Urria no llevara pañales, nadie se creería que tiene dos años y nueve meses de edad. Mientras sus compañeros de clase andan cantando canciones y garabateando con ceras, este pequeño canadiense ya habla tres idiomas (inglés, español y un poco de rumano), sabe leer frases completas de libros que no ha visto antes, recita el alfabeto en orden correcto e inverso, cuenta hasta mil, se sabe los planetas del sistema solar y sabe resolver puzzles de hasta 70 piezas.
Fue su abuela Felicia, que es quien cuida del niño cuando sus padres están trabajando, la primera en detectar que Anthony no era un chico normal. “A los cuatro meses estaba muy alerta; todo le despertaba curiosidad. A los seis, me dí cuenta de que sabía identificar las letras del alfabeto”. El niño todavía no hablaba, pero cuando le ponía delante tres cartulinas con una letra diferente cada una y le pedían que señalara la letra C, él sabía cuál era.
A los diez meses, ya sabía deletrear el alfabeto fonéticamente. Aun así, su madre, Laura, no quería dar nada por sentado. El niño podría haber memorizado las letras del alfabeto sin entender qué querían decir. Así que se llevó a Anthony a Londres para que fuera examinado por una experta en la materia, Joan Freeman. La doctora le explicó en su informe: “Saber nombrar cosas, aunque sea de memoria, ya es parte del proceso de aprendizaje. El poder describir para qué sirven son habilidades más avanzadas, que de todas formas Anthony sabe hacer por encima de su edad”.
Freeman envió sus resultados a un tribunal de Mensa en Canadá. Entre ellos estaba Vicki Herd, que recuerda que cuando vio los exámenes, pensó, “Anda, hemos debido cometer una errata al copiar la fecha de nacimiento”.
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