El 13 de enero de 1943 (en plena Segunda Guerra Mundial) fue un día aciago para Thomas y Alleta Sullivan, un matrimonio de Iowa que había visto a sus cinco hijos partir hacia el frente apenas un año antes. Aquella jornada, cuando el padre estaba a punto de irse a trabajar, vio acercarse hasta la puerta de su casa a tres oficiales del Ejército de los Estados Unidos. Sabía lo que eso significaba. Uno de sus retoños había caído en combate. Cuando estuvo frente a los militares, el cabeza de familia se limitó a preguntar lo inevitable: «¿Cuál?». La respuesta que le dieron le heló el corazón: «Los cinco».
La tragedia de los hermanos Sullivan conmocionó a la sociedad estadounidense. Y es que, los cinco fallecieron después de que el crucero en el que servían, el «USS Juneau», fuese torpedeado por un submarino japonés en plena batalla de Guadalcanal. Tal fue el impacto social que causó su muerte que, a partir de entonces, el ejército de los Estados Unidos siguió a rajatabla la norma de que los hermanos que se alistaran no sirvieran en el mismo navío. Aunque para ellos ya era tarde, el que a partir de ese momento se impidiera a los familiares combatir (y morir) juntos, evitó que otras tantas familias quedasen destrozadas.
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