En la
historia de los experimentos científicos con humanos, aquellos que han tratado
de inmovilizarnos de alguna forma para averiguar nuestros límites son los más
claustrofóbicos. Desde mantenernos en una cama boca arriba un año sin
movernos, hasta sumergirnos en las entrañas de la Tierra para ver cómo nos afecta.
De este último tipo hablamos hace varios años con
el experimento que mantuvo a Michel Siffre viviendo a 100 metros bajo tierra
para averiguar hasta qué punto dependemos del Sol. Algo muy parecido ocurrió
con Stefania Follini.
Su historia la ha recopilado esta semana el canal Trapped de YouTube
recordándonos uno de los experimentos más extraños que se dieron en la década
de 1980.
Follini, diseñadora de interiores italiana, se embarcó en un
trabajo sobre ritmos circadianos. El experimento consistía en que se aislara
voluntariamente durante cuatro meses en una habitación subterránea a diez
metros de una cueva en Carlsbad, Nuevo México, lejos de todas las indicaciones
externas propias de la noche y el día.
Un
experimento organizado por Pioneer Frontier Explorations y la NASA que comenzó
el 13 de enero de 1989. Ese día, la joven diseñadora de 27 años entró en una
pequeña habitación de cristal acrílico construida en el costado de la cueva
para probar los efectos físicos y psicológicos del aislamiento prolongado en
humanos. No tenía reloj ni calendario para registrar los días y su única luz
provenía de tres focos.
Mientras, un equipo de investigadores italianos monitorizaba el
trabajo buscando que los hallazgos proporcionaran nuevos conocimientos sobre el
impacto del aislamiento prolongado en el espacio en los astronautas. También
esperaban aplicar los resultados a estudios de patrones de sueño, biorritmos y
trastornos inmunológicos y de la capacidad de atención.
En aquella habitación donde la mujer pasó 131 días sin luz solar
ni el sonido de otra voz humana, Follini contó que no se había sentido sola ni
deprimida, en parte porque forjó amistades con ratones, ranas y saltamontes de
se encontraban en la cueva. “Sí, hablaba con ellos, y siempre tenían razón”,
contó a los medios a su vuelta al exterior. También se dedicó a decorar la
cueva con recortes hechos de cartón para pasar el tiempo.
De hecho, el único vínculo con el mundo exterior fue una
pantalla de ordenador en la que los científicos le enviaban instrucciones a
seguir.
Así monitorearon a Follini, a través de cámaras de video y
micrófonos, controlando su presión arterial, frecuencia cardíaca, temperatura y
patrones de ondas cerebrales con regularidad. Además, la mujer envió muestras
de sangre y orina en un recipiente con una cuerda para pruebas periódicas con
las que detectar cambios hormonales.
Fuente: Gizmodo
0 Comentarios