Para Hiro Onoda el final de la Segunda Guerra Mundial fue muy diferente al del resto de los combatientes. Para este soldado japonés que no creía que hubiera acabado la guerra el conflicto duró 29 años más. Exactamente el tiempo que estuvo escondido en el interior de la jungla. Esta fue su increíble historia.
A los miembros del Ejército Imperial Japonés que lucharon en la Segunda Guerra Mundial se les instruyó bajo el lema de no rendirse bajo ninguna circunstancia. Quizá así se pueda entender como este teniente del ejército llevó hasta las últimas consecuencias la doctrina de sus superiores hasta 1974.
Onoda, vida antes de la jungla
Hiro Onoda nacía un 19 de marzo de 1922 en Kamekawa, prefectura de Wakayama (Japón). Pertenecía a una familia de antiguos Samurais y su padre había sido un combatiente hasta el año 1943, momento en el que murió en batalla en China. Con 17 años Onoda se fue a trabajar a la compañía Tajima Yoko en Wuhan (China). Un año después con la mayoría de edad se alistaría en el Ejército Imperial de Infantería japonesa.
En este período de formación Onoda fue entrenado como oficial de inteligencia por el comando Futamata. Más tarde, el 26 de enero de 1944, el ejército le envía a la isla de Lubang en Filipinas con el objetivo de obstaculizar los ataques de los estadounidenses, debía atacar las pistas de aterrizaje y los muelles. Fue en ese momento también donde a Onoda se le ordena que bajo ningún caso debía rendirse, en todo caso antes debía acabar con su vida.
Ese año el joven oficial llega a la isla y se une a las fuerzas japonesas ya establecidas. Ocurrió que los oficiales en el grupo superaban en rango a Onoda y le impidieron llevar a cabo su misión. El resultado fue que Estados Unidos tomó la isla al llegar el 28 de febrero de 1945. A Onoda se le ascendió en batalla a teniente, y al poco tiempo del desembarco, el batallón de Onoda había muerto o se habían rendido a excepción de él y otros tres soldados. Y es justo en este momento cuando la vida de nuevo teniente da un giro inesperado.
29 años en la jungla
Una vez tomada la isla, los cuatro supervivientes huyeron a las colinas. Durante su estancia allí, Onoda y sus compañeros llevaron a cabo actividades de guerrilla con enfrentamientos y tiroteos con la policía local. Ocho meses después, en octubre de 1945, sería la primera vez que veían un folleto donde se anunciaba que Japón se había rendido. En el mismo decía que la guerra terminó el 15 de agosto y que aquellos que seguían “en guerra” debían bajar de las montañas.
Este primer anuncio fue tomado por los cuatro supervivientes con desconfianza, habían llegado a la conclusión de que la misiva no era más que propaganda aliada. Además, tenían la firme creencia de que bajo ningún concepto habrían sido avisados así una vez acabada la guerra. Unos meses más tarde, a finales de 1945, llegaba el siguiente aviso. En ese caso se trataba de folletos impresos con una orden de rendición firmada por el general Tomoyuki Yamashita. Habían pasado casi un año en la clandestinidad y se trataba de la primera prueba que realmente podían dar por válida. Aún así, el grupo de Onoda decidió no dar por bueno el aviso.
Yuichi Akatsu, uno de los cuatro soldados, fue el primero que tomaría un camino distinto. Se rendía a las fuerzas filipinas en 1950, seis meses después de que dejara a sus compañeros de viaje. Siendo únicamente tres los supervivientes y manteniendo la idea de que la guerra continuaba cinco años después, el grupo decide ser más cuidadoso para evitar problemas.
En 1952 llegaría un nuevo aviso. En este caso se trataba de cartas y fotos de familiares lanzadas desde aviones donde se les instaba a rendirse. Una vez más, los tres soldados se mantienen “fuertes” y deciden que se trata de otro truco aliado.
El siguiente registro que se tiene ocurre en junio de 1953. En esa fecha el cabo Shoichi Shimada recibe un disparo en la pierna durante un tiroteo con unos pescadores locales. Shimada se recuperaría pero el 7 de mayo de 1954 fallecía por un disparo efectuado por un grupo de búsqueda de los combatientes. Quedaban solamente Onoda y el soldado de primera clase Kinshichi Kozuda, quién caía tras un tiroteo con la policía local el 19 de octubre de 1972. El hombre fallecía cuando él y Onoda, como parte de sus actividades de guerrilla que llevaban realizando durante años, quemaban arroz recolectado por agricultores. Onoda se había quedado solo.
El joven que encontró a Onoda
Imagen: Onoda y Suzuki. Wikimedia Commons
Un 20 de febrero de 1974, la vida de Hiro Onoda vuelve a dar un giro. Conoce a un joven japonés, Norio Suzuki, que viajaba por el mundo tras dejar la universidad en busca de “el teniente Onoda, un panda y el abominable hombre de las nieves” (en este mismo orden). Así lo explicaba Onoda hace apenas cinco años en una entrevista:
Suzuki era un joven hippie que llegó a la isla para entender los sentimientos de un soldado japonés. Me preguntaba porqué no había salido jamás de allí.
Ambos se harían amigos, pero Onoda seguía negando la posibilidad de rendirse esperando las órdenes de un superior. A su vuelta a Japón, Suzuki mostraría fotografías de él y Onoda como pruebas de su encuentro, lo que supuso que el gobierno japonés se pusiera en contacto con el que fuera oficial al mando de Onoda, Yoshimi Taniguchi, quién a su vez era un librero en la década de los 70.
Taniguchi volaría a Lubang y el 9 de marzo de 1974 se reencontraba con Onoda, cumpliendo además la promesa hecha en 1944: “pase lo que pase, volveremos a por ti”. Taniguchi le mostraría un impreso con las siguientes órdenes:
- De conformidad con el comando Imperial, el ejército ha cesado toda actividad de combate.
- De acuerdo con la Sede de comando militar No. A-2003, se libera de todos los deberes militares.
- Las unidades y soldados bajo el mando han de cesar las actividades militares y las operaciones inmediatamente y ponerse bajo el mando del oficial superior más cercano. Cuando no se pueda encontrar ningún oficial, se comunicarán con las fuerzas americanas o filipinas y seguirán sus directrices.
Imagen: Onoda se rinde
De esta forma oficial Onoda era relevado adecuadamente de su cargo y por tanto se rendía depositando las armas y la espada con la que debía matarse en caso de que fuera a ser capturado. Habían pasado casi 30 años desde que la guerra terminó, tres décadas escondido en la jungla de la isla esperando las órdenes de un superior.
Onoda, a pesar de haber matado a varios habitantes de la isla en el conflicto y de enfrentarse a la policía, recibió el indulto del presidente filipino Ferdinand Narcos. Se habían tomado en consideración las circunstancias tan particulares de su “vida”, es decir, creyendo durante 29 años que la guerra aún estaba en curso.
Imagen: Fin de una vida en la jungla
Así que estamos ante uno de los relatos más “peliculeros” de cuantos se hayan narrado acerca de la guerra. Onoda, obviamente, se hizo tremendamente popular a su regreso a Japón. Se llegó a lanzar su autobiografía, No Surrender: My Thirty-Year War, en la que se detalla su vida como guerrillero en una guerra que había terminado. En Filipinas también se desarrolló un documental sobre su vida que reveló que Onoda había matado a varias personas que no se mencionaban en el libro. En cualquier caso incluso en Filipinas se le daba la bienvenida para una posible vuelta. Mientras, en Japón se le ofreció una gran suma de dinero por salarios atrasados, dinero que Onoda rechazó y que fue donado al Santuario Yasukuni.
Dicen que pasados los meses se mostraba cada vez más infeliz de ser objeto de atención y ante lo que veía como un progresivo debilitamiento de los valores tradicionales japoneses en la sociedad. Así, en 1975 sale de Japón y se instala en Brasil viviendo de la cría de ganado. Años después, en 1984, Onoda regresa a Japón con el firme convencimiento de potenciar esos valores perdidos. Crea la Onoda Shizen Juku, una escuela educativa para los jóvenes.
En 1996 se produce otro momento histórico en su vida. Regresa por primera vez a la que fue su “casa”, vuelve a la isla de Lubang y dona 10.000 dólares para la escuela local. Años más tarde, el 16 de enero del 2014, Hiro Onodamuere en Tokio de insuficiencia cardíaca. Una neumonía acabaría con la vida del hombre cuyo destino se cuenta como uno de los más insólitos de cuantas guerras existieron.
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